En los últimos años hemos visto el desarrollo de diversos y creativos programas y proyectos, que luego de un tiempo de ejecución exitosa decaen, se transforman en el andar, se alejan de la ruta trazada o se tergiversan.
El gran tema, es que no terminamos de asumir los procesos de monitoreo, seguimiento y evaluación como parte integral de la formulación y ejecución de los programas o proyectos, como procesos integrales que direcciona la ejecución hacia el logro de los objetivos y los resultados trazados, como espacios de aprendizaje y desarrollo de las potencialidades.
Cuando se emprende un proceso de evaluación aspiramos indagar resultados o impactos, pero también nos interesa captar más y profundamente la matriz de sentido en la cual se desarrollan estas acciones, aprender de la experiencia y encontrar nuevas posibilidades para la acción, valorar los procesos de empoderamiento y la dinámica de relaciones humanas que han permitido alcanzar los logros o han generado los nudos en el desarrollo que enfrenta la ejecución de proyecto o un programa.
En muchas ocasiones las y los evaluadores aplican en forma mecánica herramientas para recoger información. Efectivamente esto reducen la generación de conocimientos útiles para las y los involucrados, también la posibilidad de darle sentido a las experiencia, captar las emocionalidades, develar procesos profundos y clave, capturar y promover aprendizajes realmente significativos para que la evaluación aporte y propiciar los cambios deseados.
Los instrumentos, técnicas y metodologías son medios, no son fines en sí mismos. Es necesario abrir las puertas al nuevo paradigma, que concibe a quien evalúa como una facilitadora o facilitador de procesos participativos, capaces de catalizar aprendizajes y de contribuir a generar procesos sociales de construcción de conocimientos, a partir de la reflexión, el análisis y el intercambio evaluativo con las y los participantes o actores claves.
El enfoque participativo en evaluación, reconoce el valor de la experiencia y conocimientos de la población, para conducir y articular propuestas de cambio. La idea es que actúen implicados y participativamente en la facilitación de procesos en el diseño, recopilación, procesamiento, análisis y uso de la información, de modo tal que las potencialidades locales se desarrollen. Se trata de avanzar en la creación de una cultura de la evaluación, que se naturalice y se incorpore como parte de las prácticas cotidianas.
Es necesario partir de la condición humana, centrando los procesos de evaluación en la gente, para que sea asumida por ellas o ellos mismos; dándonos permiso para soltar el control que históricamente mantenemos como evaluadoras o evaluadores; propiciando el compartir de saberes y los conocimientos propios de las y los participantes, para develar saberes escondidos, reconocer aprendizajes, resultados e impactos a partir de la sabiduría popular, que contribuya con el desarrollo de procesos de transformación a través de la efectiva apropiación de los aprendizajes.
Desde esta perspectiva, los procesos participativos de evaluación, son procesos de aprendizaje, que requieren de una facilitación efectiva para tener éxito. Un encuentro de evaluación participativa es un encuentro humano, generador de crecimiento y aprendizaje individual colectivo. Esta nueva perspectiva de los procesos de evaluación, requiere ver con nuevos ojos el rol de la evaluadora o el evaluador, y valorar la importancia de desarrollar competencias de diálogo, conversaciones colectivas y escucha, necesarias para promover el aprendizaje en espacios de evaluación. Apostamos a la formación de facilitadores de procesos de evaluación con enfoque de aprendizaje.